Y por ello, saliendo de la casi abandonada y Non Plus Ultra de la aldea de los Cárcavos donde madrugan los molestos y porculeros perros más que los nobles gallos, nos dispusimos a emprender nuestra ruta.
Como si un brazo o pierna nos faltase, subiamos las sendas, pasabamos cortados y bajamos escurridizos pedregales ligeros y briosos. Si es que es lo que hacemos con nuestras bicicletas a la mano y claro, sin bicicleta casi que levitábamos, volábamos y pasabamos cual pluma, que digo, globo de feria sin rumbo.
Y llegados al río mundo tras el Cortijo del Avellano donde cuenta la leyenda que no hacía falta ir al campo, el río mundo se convirtió en inaccesible por su elevado caudal. Cambio de planes y en vez de volver por el cauce, camino de San Martín y larga subida.
Una vez en lo alto, bajada en pista y senda al Cortijo del Pontarrón, situado entre Royo Odrea y los Cárcavos.
Terminamos a buena hora, plenos de campo, naturaleza, arañazos y sudor para repostar forro y chusmarros variados en el Segoviano, cerveza fresca en jarra helada, postres por doquier en forma de tartas de queso y carajillos quemados.
Ahora a casa, que el día comienza tras el Ángelus y los rezos nos llevan a doce horas para la medianoche.
Para que luego digan que en 50km estamos picados con la bicicleta, a ver quien nos dice que no hacemos otros deportes.
Fuera bromas, un paseo con vistas únicas y preciosas en un entorno natural sin parangón.
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