Tercera vez que acudo a la ilustre, monumental e histórica ciudad de Segovia y tercera ocasión en la que puedo disfrutar de algo único.
Si en las otras veces que pude recorrer senderos y callejas lo hice a lomos de mi bicicleta rígida, bien podía ver lo que con otra montura más salvaje podría alcanzar y por ello esperé y llegó la ocasión, que no el pecado.
Días atrás nevó y de ello queda profundo rastro en las montañas en las que reposa la ciudad en su horizonte, los caminos plenos de charcos y el barro presente, esperando llenar el espacio de los tacos de mis ruedas. Tarde soleada pues y escasa de viento donde los elementos esperaban mi rodar.
Algún tramo, algún sendero que se podía imaginar o aventurar y por ello el pedaleo comenzaría donde la última ocasión, a la entrada de la ciudad junto al Hospital.
Lo primero, buscar el inicio del acueducto en su lado opuesto donde poder subir para luego bajar con tranquilidad y cuidado, que esto es bicicleta de montaña en lugar desacostumbrado y transitado. En todo momento se debe llevar precaución para no perturbar peatones y personas que siempre tienen preferencia y derecho.
Llegado a la parte más baja, donde los arcos montan en interminable montaña de piedra se comienza a buscar la subida que lleva al otro extremo del acueducto donde inusual vista nos espera más luego buena ristra de escaleras abajo. En un instante y sin problemas se vuelve a buscar la subida para otra vez más escaleras, suaves y livianas que llevan a la parte baja de la ciudad.
Vuelta a subir y camino de la Catedral, luego el Alcázar y tras ello, escaleras con bicicleta en mano para tomar senda desconocida por mi persona que pegada pueda rodear la muralla por lugar desacostumbrado. Unas escaleras con tomo y lomo y otra subida tendida y constante para otra bajada por seguidos lotes de escalones varios.
Ahora se sube camino de los Maristas y por senda más luego otras tantas junto a pinares para soltar piernas y luego se baja al río que comienza a bajar el agua de las primeras nieves descongeladas.
Fuencisla y tres sendas paralelas que por otro costado nos harán llevar al fondo, a la vuelta y tras ello por paseo junto al río, subir nuevamente por asfalto al Acueducto. Paseo por el centro de la ciudad y visita en sede policial a viejos amigos de la tierra manchega.
Se vuelve, se termina con agrado y pena en sabiendas que esto termina, que será recuerdo de sensaciones y emociones, que todo pasa salvo el amigo Machado que sorpresivamente en mitad de mi despiste pude fotografiar con mi bicicleta, que también al poeta gustan los ciclos.