Llamas para que te den cita, dejas el coche para el cambio de aceite, neumáticos o arreglo en cuestión y echas en el maletero la bicicleta. Cuando llegas, dejas el vehículo en sus manos, te vas al bar de la gasolinera a tomar un buen café y haces una ruteja por aquellos montes que camino de las Peñas abundan.
Disfrutas de las vistas de la llanura, de los pinos, subes y bajas que de cuestas no vas falto y cuando llega la hora de volver, pues te diriges nuevamente al taller donde te espera tu vehículo en condiciones, preparado para seguir siendo tu herramienta de trabajo o de viaje.
Subes la bicicleta al coches, pagas la factura, echas un rato con el patriarca que sabe más de la vida de muchos que dan lecciones sin haber vivido la mitad que él y te vuelves a casa, a trabajar o lo que tengas que hacer.
Sin lugar a dudas, así da gusto llevar el coche al taller.
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