Este fin de semana no he podido salir con la bicicleta, pero
he disfrutado del deporte como padre, como sufridor, como si fuese yo mismo, gritando y empujando con mis ánimos. Es hora de volver a comenzar y ahora con más fuerzas que nunca, tras ellos para lo que les haga falta en un lento relevo.
El viernes por la tarde me esperaba un gran partido de
fútbol sin galácticos ni Canal Plus. Era un partido de liga de niños entre los
que a mis ojos destacaba mi hijo. Un grupo de enanos que tenía un partido por
delante en el que posiblemente no brillaron como en otras semanas pasadas pero
que nos hicieron sufrir y con genio y figura sacaron lo mejor de ellos para
regalarnos un final de infarto. Ganaron y todos, padres, abuelos e hijos
marchamos contentos para comenzar el fin de semana. Por cierto, rodeado de buenos amigos, padres y
un gran entrenador, Aitor, al que le deseamos lo mejor.
El domingo por la mañana teníamos una mañana chinchillana de
atletismo con cuestas, barro, lluvia y frío. Infantes que para nada se amilanaban
y primer día de competición para la niña de mis ojos. Cansada, fatigada llegaba
a la meta triunfadora, había terminado y con buen resultado. Los pies repletos
de barro y con fuerzas para la próxima cita. Allá a lo lejos la veía con
precaución, como es ella, para no caer y dar segura la zancada. Recordar a
todos los que hacen grande un deporte, a los padres y a su gran y grande
profesor, Maxi, maestro de vocación y oficio.
Eso si, recordar a la que siempre está detrás de ellos y tras nuestros pasos pues por mucho deporte que hagamos, por muy lejos que lleguemos, será gracias a ella, a la que nos quiere y nos anima y nos lleva bajo su paraguas. Te quiero.
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