En mi caso, como el termómetro prometía saltar de 30 grados y no quiero problemas ni con el sol ni con el agua que por allá adolece, debiendo llevar en mi mochila cual camello en pleno desierto, madrugué mucho, y ya cuando hice lo que tenía que hacer, terminaría en suave descenso hasta mi punto de partida y final.
Esto, los que acá viven, es su respiradero betetero y los que venimos de vez en cuando, repetimos y experimentamos pues nunca deja de sorprendernos. Eso sí, sin miedo, con respeto y con mucha confianza.
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