El paisaje no tiene más dibujo que las encinas a lo lejos, los pinos que nos quedaron de la roturación de los regadios de los años 70, el sol impera con una luz difusa que impregna el cielo, confundiendo el amarillo con el azul sin llegar a crisolar para llegar a un inexistente verde, eso es cosa del mar...
Tras unas cuantas horas llegan ráfagas de aire fresco y el cielo comienza a decaer, el sol se apaga y terminamos con la ciudad al fondo. Todo termina pues nada es infinito ni eterno, todo pasa, nada queda más que el vago recuerdo.
La bicicleta nos muestra nuevamente que la vida es un reloj que no podemos controlar, que avanza incansablemente mientras todo comienza y todo termina.
Vamos.... corre que llegamos tarde.
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