domingo, 23 de diciembre de 2018

PEÑAS DE SAN PEDRO LA MOLATA EL MOLINAR SANTA ISABELA Y EL CASTILLO

Quedan tan solo ocho días para terminar el año y todas las rutas que tenemos pendientes… Dios mío, el tiempo se echa encima y cuantas más rutas hacemos, más nos quedan. Esto no puede ser así, pero bueno, de todos modos seguimos adelante y el día que no queden más rutas, el día que eso pase, el chache que suscribe colgará la bicicleta y madrugará para ir al baño y volver a la camita.
Pero mientras eso pasa y sucede seguimos adelante, en la brecha, en esa locura de imaginar trazando rutas en el mapa y luego haciendolas en el terreno, lamentando a veces mi mala suerte y otras echándome flores de lo que acabo de descubrir. ¿Acaso eso no es la vida misma?
Y hoy tocaba una ruta de las antiguas, de las clásicas, de las que eran tipicas de 50km. Una mañana en las Peñas de San Pedro junto al fuego tomando cafés y gofres con nata y caramelo de manos del amigo Fran. Jesús, Nacho, el que suscribe y los tres sudamericanos del Salobral.
Después al tajo, a rutear, a disfrutar de nuestras bicicletas rígidas, dobles, gravel, eléctricas, un elénco de máquinas que nos desconcierta a la vez que nos alegra la variedad y los gustos. Pero yo, para que os voy a engañar, yo me quedo con mi “gordita”, esa que da calambres y alegrías, la que pesa tanto como satisfacciones ofrece, con la que me susurra al oido “quiero correr, quiero volar, vamossss”.
Y es por ello que esta mañana hemos pisteado en buena compañía, con buen rollo, con chascarrillos, análisis de política, economía y sociedad, bicicletas, familia, mujeres y niños, suegras y demás familia.
Y cuando hemos terminado, hemos disfrutado de un buen CLAVADO en toda regla en el bar de la plaza de las Peñas de San Pedro, donde un precio excesivo, alarmante, notable y desmesurado, no ha podido acompañar a la cantidad de una carne que más que para almorzar era para racionar en tiempos de posguerra, del hambre y del estraperlo. Tomates huerfanos de congéneres y aceite, ajo chino del que echa un pulso al dulce aliento, panceta de origen desconocido y chusmarro para la discusión. Cerveza de color amarillo de la corriente y moliente y unos cafés y carajillos de los que Juan Valdés llamaría a la guerrilla colombiana. Pocos clientes y trato lleno de abandono y desidia. En fin, si fuese la primera vez… lástima de este lugar que en ocasiones y gracias al buen hacer de uno de sus dueños y responsables se convierte en pasable y satisfactorio. Pero claro, el negocio y el tajo de vez en cuando se deja por el amo para el descanso obligado y así pasa, lo más parecido a lo que nos deja la riada. Total, que tras el saqueo de nuestros bolsillos llegaríamos finalmente con hambre a nuestras casas y carentes de eructos y regüeldos, sin digestiones pesadas comeríamos en domingo como está mandado.
Y es que lo peor de todo es que lo sabía, pero bueno, peor hubiese sido si nos hubiesen robado las bicicletas qu en la puerta habíamos dejado.
Queda claro que pasado el Jardín y el Alfaro, si continúas en dirección Ayna, que digo, Riopar, el único lugar donde poder comer bien y en condiciones y con buen trato y comida es EL SEGOVIANO en Alcadozo.






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