En Albacete el viento marcaba sus mejores tiempos y el frío, ese maldito compañero suyo de viaje, se dejaba llevar a la suerte del gigante gaseoso que más que soplido era huracán. Como bofetadas anestesiadas golpeaba nuestras cuarentenarias caras mientras cargabamos bicicletas en nuestro quemador de gasoil.
Huíamos como alma buscando al diablo y a su calor, a ese rincón pimentonero enclavado entre montañas llamado Cieza.
Allí nos esperaban pistas y carreterillas donde el aire domesticado por los murcianos, personas inquietas y calculadoras, corría por donde era necesario y preciso y por ello, si bien en algún tramo nos incomodó, en otros tantos nos empujó.
Esa napolitana con el café con leche al inicio en la cafetería y pastelería junto a la plaza de toros. Pocos clientes enclavijados en la barra, que aquí el que madruga lo hace para trabajar y con olor a la bella María por doquier comenzaríamos nuestro periplo.
Cosa curiosa al ver pasar las sendas gritando mi nombre "Alejandroooooo" y yo, cual marinero que no escucha a la embaucadora sirena, continuaba marcha con mi fiel escudero Francisco.
Un buen final buscando la eterna cagada de la mosca, un poco de pateo para desentumecer piernas y empanadilla y coca cola, más tarta de frutas, hojaldre y fruta de recuerdo a casa.
Lllegado al hogar todo correcto, chequeo familiar, salud y el dinero justo para vivir y siesta tras lo que un tiempo fuese cordero por un lado y patata por el otro.
Ahora a escribir y terminar este relato que la suspensión estaba un poco dura y toca mecánica rápida.
Solo una foto del lugar, el resto son recuerdo de un tiempo, vivencias y lugares pasados
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