Llegados a Casa de Dios nos encontramos las piernas, tras una gran bajada y tenemos a nuestro alcance, a lo lejos, el Peñon y el mar, sitiado y no situado, entre dos montañas. Ahora tomaremos un poco de pista cementada y encontraremos una senda interminable revirada y llena de roca donde tenemos que andar con los ojos bien abiertos. Un placer para los sentidos.
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