Lo que ocurre es que el tren sale de Albacete a las 06.05 y cuando quieres llegar a Alcazar son las 07.10. Entre que te arreglas y sales se hacen casi las 07.30 y el recorrido es la Mancha con toda su fuerza, frío en invierno y calor, mucho calor en verano. La mejor temporada es la primavera pero sabiendo que algunos tramos son susceptibles al barro, los riegos y lluvias los hacen casi intransitables que es lo que nos ocurrió hace un par de meses camino de Madrid donde si nos descuidamos no llegamos a Villarrobledo de tanto barro.
Entonces, la cosa estaba de la siguiente manera; la haría solo, la máxima temperatura serían 30 grados, el aire en contra y de lado, debía comer en casa y llegar antes de las 14.00 horas. Todo esto implicaba una media de unos 22 kilómetros contando paradas y fotos. Pues fue posible, eso sí, en dos fincas tuve que recurrir a pedir agua que se terminaba casi por evaporación.
Los primeros 100 kilómetros volaba y los últimos 40, iba renqueando. La ayuda de la batería de la bicicleta fue fundamental, pues en caso de ir con la atmosférica, dudo que hubiese conseguido esa media e incluso haber atravesado zonas repletas de hierbas y varios kilómetros de barrizales de tormentas de verano.
Toda una experiencia, pues salir desde Alcazar y bajar el paseo de la estación para ir tomando caminos jalonados de molinos, viñas, melonares, terrenos cosechados y otros baldíos hacía que el pedaleo fuese casi un automatismo. Con la cabeza fresca y fuerza en las piernas avanzaría mientras daba cuenta de la comida que en el maillot llevaba, incluido ese bocadillo de jamón y queso que valoras como si caviar ruso fuese.
Pasarían y acontecerían muchas otras cosas como ver, pero eso es otra historia que hace que estas experiencias en bicicleta sean mucho más interesantes.
Así es que, otro objetivo cumplido y a esperar el siguiente, Cuenca-Albacete y Albacete-Toledo.
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